El plomo regresa: la verdad que nadie te contó
El reciente estallido de un carro bomba en Cali y el ataque con drones contra un helicóptero de la Policía en Amalfi, Antioquia, junto al asesinato del precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, han sacudido al país y devuelto la sensación de que Colombia vuelve a transitar por un territorio de conflicto abierto.
Estos hechos, que combinan la utilización de explosivos improvisados y la incorporación de tecnología de drones, recuerdan los años más oscuros del conflicto interno, pero con una modalidad distinta: ya no se trata de una guerra por la toma del poder, sino de una pugna por rentas ilegales, territorios y poblaciones.
Un conflicto que ha mutado
En el libro ¿Plomo es lo que viene?, el analista León Valencia anticipó que la violencia armada se había transformado, que las organizaciones criminales se habían sofisticado y diversificado sus vínculos con economías legales y redes transnacionales, y que la estrategia de “paz total” corría el riesgo de quedar atrapada en una ilusión de diálogo indiscriminado mientras los grupos más violentos intensificaban sus acciones.
La realidad actual confirma esas predicciones. La violencia urbana reaparece con métodos novedosos y con la capacidad de atacar el corazón político del país, vulnerando la opinión pública y el calendario electoral.
Datos comparativos
- Finales del siglo XX: aproximadamente 70 000 combatientes armados; 70 homicidios por cada 100 000 habitantes; 3 000 secuestros anuales; cientos de miles de desplazados.
- Situación actual: entre 18 000 y 20 000 combatientes armados; 27 homicidios por cada 100 000 habitantes; cerca de 300 secuestros anuales; 70 000 desplazados.
Aunque las cifras son menores, la violencia no ha desaparecido; ha mutado, combinando repertorios clásicos de terror con tecnologías de punta, tercerizando la violencia en delincuentes comunes y penetrando los circuitos legales de la economía.
Esta transformación exige una nueva forma de abordar la inteligencia, la seguridad y la justicia. La Fiscalía debe esclarecer con rapidez y rigor los autores intelectuales del asesinato de Miguel Uribe Turbay y de los atentados recientes; la Fuerza Pública necesita modernizar sus métodos e invertir en tecnología; y el gobierno debe abandonar la ilusión de que todos los grupos armados están dispuestos a negociar, adoptando una política de paz selectiva, realista y firme.
El país, que ya vivió los estragos del terrorismo, no puede permitirse otro ciclo de guerra. La tragedia de estos días debe servir como una oportunidad para corregir los cuellos de botella identificados en ¿Plomo es lo que viene? y construir caminos inéditos hacia una paz sostenible.
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