Aprender entre muros: la educación en los centros penitenciarios como vía de reinserción social

Al cruzar la puerta del Centro Penitenciario de Zuera, en Zaragoza, la atmósfera se percibe como un silencio cargado de historias que se detuvieron en el momento en que la vida tomó un giro inesperado. Los internos cumplen su condena, pero muchos de ellos aprovechan el tiempo tras los barrotes para intentar reconstruir el camino que se les había interrumpido. La educación, a menudo impartida en aulas improvisadas dentro del propio penal, se ha convertido en una de las herramientas más valiosas para buscar una segunda oportunidad.

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Un aula entre muros: el relato de Antonio

Antonio (nombre ficticio) recuerda su trayectoria sin dramatismo: la muerte de su padre, el cambio de barrio e instituto en Zaragoza y la influencia de un grupo de amigos que lo empujó hacia la delincuencia. “Fue un desbarajuste mental”, explica mientras está sentado en uno de los pupitres de plástico que ocupan las aulas de la prisión. El consumo precoz de drogas, la dependencia y la condena por tráfico de estupefacientes fueron la consecuencia de una vida que, según él, perdió las herramientas necesarias para mantenerse en pie.

Tras abandonar la escuela y pasar por trabajos precarios, Antonio decidió inscribirse en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y estudiar Educación Social, una decisión que lleva a cabo desde la unidad educativa de Zuera. Su rutina combina turnos de trabajo en los talleres de la prisión, sesiones de estudio por la mañana, y actividades de la tarde, mientras los fines de semana se alargan para cubrir tareas académicas. “Intento ocupar el máximo tiempo posible”, comenta, consciente de que el tiempo perdido no se recupera, pero sí se puede reorganizar.

Su principal motivación es su hija de diez años, a quien no ha visto crecer. Cuando el cansancio o la dificultad de alguna asignatura lo sobrepasan, Antonio recurre a la reflexión: “¿De qué me serviría tirar la toalla ahora?”. Esta mentalidad le permite seguir adelante, pese a las dudas que le asaltan.

Desigualdad y diversidad en las aulas penitenciarias

La educación dentro de los centros penitenciarios españoles no sigue un modelo lineal, sino que es un mosaico de realidades. En una misma clase pueden encontrarse internos analfabetos, estudiantes que cursan la ESO, y otros que persiguen grados universitarios. Según Lourdes Gil, coordinadora de Tratamiento de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, “un 5 % de los internos llega con problemas de analfabetismo, mientras que la mayoría tiene estudios primarios o una ESO incompleta”.

En toda España, la población carcelaria se sitúa en torno a 51 000 internos (excluyendo Cataluña y el País Vasco). En 2023, aproximadamente 19 100 personas participaron en alguna actividad educativa, desde alfabetización y español para extranjeros hasta formación profesional y grados universitarios en colaboración con la UNED. En 2024, 11 123 internos se inscribieron en cursos de capacitación: cerca de 10 000 hombres y 1 000 mujeres, cifra que refleja la distribución de género en la prisión (93 % hombres y 7 % mujeres).

Los programas ofrecidos incluyen titulaciones como Derecho, Psicología, Administración de Empresas, Criminología y Trabajo Social, así como cursos de cocina, panadería, soldadura y jardinería impartidos por el SEPE, que otorgan certificaciones profesionales.

Obstáculos más allá del aula

  • Necesidad de trabajar en talleres productivos o en servicios internos (cocina, lavandería) para enviar dinero a sus familias, lo que compite con los horarios de clase.
  • Brecha digital: muchos internos nunca han usado un ordenador ni tienen correo electrónico, lo que dificulta el acceso a plataformas de aprendizaje a distancia.
  • Comunicación limitada con tutores: los estudiantes de la UNED dependen de coordinadores y asesores que solo pueden atender sus dudas una vez por semana, lo que prolonga los tiempos de respuesta.

Los módulos terapéuticos: UTE como punto de inflexión

Los Unidades de Tratamiento Educativo (UTE) son espacios sin consumo dentro del penal, donde la disciplina y la convivencia exigente favorecen la introspección y la responsabilidad compartida. Antonio encontró en una UTE la motivación para decidirse por la carrera de Educación Social, mientras colaboraba en la coordinación del módulo.

Omar, un recluso marroquí de 29 años, comparte su experiencia: “Aquí, si pides ayuda para los estudios, siempre tienes una puerta abierta”. Para él, la educación se volvió una rutina que le permitió ordenar su mente y sentir una libertad interior, a pesar de estar tras las rejas.

Historias de reinserción

El proceso no termina dentro del penal. Los Centros de Inserción Social (CIS), como el de Las Trece Rosas en Zaragoza, acompañan a los internos que ya pueden trabajar fuera del centro. Yolanda Sánchez, subdirectora del CIS, describe esta fase como “muy delicada, porque es cuando de verdad se ponen a prueba los cambios”.

Ibrahim, originario de Gaza, llegó a España tras una cadena de desplazamientos y una condena en Suecia por tráfico de medicamentos. En la prisión encontró continuidad y, tras obtener la libertad condicional, comenzó a trabajar en el campo, descubriendo una vocación agrícola que hoy se materializa en una pequeña sociedad cooperativa.

Marcos, de 47 años, lleva casi 20 años entre rejas. La UTE le sirvió para romper con décadas de consumo de drogas. Actualmente trabaja en un gran almacén gracias a una oportunidad facilitada por una ex interna de Zuera y vive en un piso de acogida cuando tiene permisos. “Cada día es un examen silencioso: levantarme, trabajar, volver a tiempo y mantener la rutina”, afirma.

Los datos del Ministerio de Justicia indican que ocho de cada diez internos que participan en actividades educativas y culturales reinciden menos que sus pares que no lo hacen. La educación, por tanto, no solo ofrece conocimientos, sino que abre una vía para reconstruir la identidad y proyectar una vida fuera del penal que, aunque distinta, sea elegida.

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