Un millón de refugiados rohinyá al límite

Hasina, una niña de 12 años, aparece frente a la cámara con el semblante asustado y rodeada de un sinfín de preguntas sobre sus sueños y temores. La entrevista se realizó en el campamento de refugios de Kutupalong, el mayor asentamiento de desplazados rohingya del mundo, situado en la zona costera de Cox’s Bazar, al sur de Bangladés.
El campamento alberga a más de 735 000 personas en una franja de 13 kilómetros cuadrados y forma parte de un conjunto de 33 campos repartidos en seis núcleos de Cox’s Bazar, además de un asentamiento más pequeño y controvertido en la isla de Bhasan Char. En total, alrededor de 1,2 millones de rohingyas, una minoría musulmana originaria de la región de Rakhine, en el oeste de Myanmar, han buscado refugio en Bangladés tras décadas de persecución y, en 2017, un brutal asalto del ejército que provocó la muerte de miles de civiles y el desplazamiento de unos 750 000 más.
Condiciones de vida y desafíos humanitarios
Los residentes de Kutupalong viven en estructuras precarias de bambú y lona, sujetas a constantes reparaciones por las lluvias monzónicas, deslizamientos de tierra y la amenaza de ciclones. A pesar de la prohibición oficial de salir del campamento, muchos niños, como Hasina, acceden a teléfonos móviles y a internet, aunque la cobertura es limitada.
Hasina respondió que su mayor temor son las serpientes y los fantasmas. Le gusta jugar al parchís con sus amigas, desea ser maestra y disfruta de la serie india “Shiva”. Su historia refleja la falta de perspectiva de futuro que sienten muchos niños rohingya: cuando se les pregunta dónde se ven dentro de cinco años, la mayoría permanecen perplejos.
Los recién llegados continúan sobrecargando un sistema ya al límite. En los últimos 18 meses, aproximadamente 150 000 nuevos refugiados han llegado a Bangladés, lo que ha agravado los problemas de violencia intrafamiliar, matrimonio infantil, explotación y escasez de recursos básicos.

Los recortes de financiación por parte de países donantes como Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Francia y Canadá amenazan la continuidad de la ayuda. Si se confirman estos recortes, el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) estima que podrían producirse 14 millones de muertes adicionales a nivel mundial para 2030, con un tercio de las víctimas menores de cinco años.
En 2023, EE. UU. aportó 300 millones de dólares y el Reino Unido 45,7 millones. Este año, a principios de agosto, esas cifras se redujeron a 85 y 23 millones respectivamente. Actualmente, la ración alimentaria equivale a 12 dólares por persona al mes, pero no está claro cuánto tiempo podrá mantenerse.
UNICEF y otras agencias de la ONU han visto reducidos sus programas. El suministro de agua y saneamiento, que cubría al 29 % de la población, ahora se mantiene con los mismos recursos, y la distribución de jabones pasará de dos a una pastilla por mes a partir de septiembre. La desnutrición aguda grave afecta al 2 % de los niños menores de cinco años, y la anemia al 38,2 % de los menores y a un 25 % de las mujeres en edad reproductiva.
En el centro de nutrición del campo 11, se preparan alimentos terapéuticos (RUTF) para niños con desnutrición grave. Familias como la de Sabekun Nahar, de 21 años, y Rabia, de 25 años, dependen de estas raciones para sus hijos, mientras temen que las lluvias destruyan sus viviendas de bambú.

Los ingresos de los refugiados son escasos. Aproximadamente 600 mujeres trabajan en fábricas de kits menstruales, ganando entre 5 000 y 6 000 takas (35‑43 euros) al mes. Otros se dedican a la venta informal de artesanías o al trabajo agrícola bajo salarios inferiores a los locales, lo que genera tensiones con las comunidades bangladesíes.
La violencia armada ha aumentado significativamente desde finales de 2023. Según UNICEF, entre enero de 2024 y agosto de 2025 se han registrado 670 incidentes que involucraron a 2 089 niños, incluidos secuestros, reclutamiento forzado y asesinatos. Historias como la de “Solim”, un adolescente que escapó de un secuestro y de la amenaza de ser entrenado como miliciano, ilustran la gravedad de la situación.
Los niños también temen los secuestros para obtener sus tarjetas de ración. Un menor de 12 años, bajo el nombre de “Amir”, contó que fue retenido dos veces, primero sin alimento ni agua y luego con escasa comida, antes de ser liberado tras varios días de internamiento.
El futuro de los rohingyas sigue incierto. Mientras el Gobierno de Bangladés persigue la repatriación, la guerra civil en Myanmar y el control del Ejército de Arakan sobre gran parte de Rakhine dificultan cualquier retorno seguro. Las negociaciones internacionales, incluida una próxima conferencia de la ONU, carecen del impulso necesario de potencias como India y China.

Ante la falta de perspectivas, algunos refugiados buscan emigrar a países como Malasia, Tailandia o Indonesia, aunque el viaje implica altos riesgos de muerte, explotación y tráfico de personas.
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