Presidentes africanos para toda la vida
El pasado 13 de julio el presidente camerunés Paul Biya, de 92 años, anunció a través de sus redes sociales su candidatura a las elecciones presidenciales previstas para octubre de 2025. Tras casi 43 años de mandato ininterrumpido, Biya se ha convertido en el presidente más longevo de África, superado por apenas un mes por el ecuatoguineano Teodoro Obiang.
En el continente, Biya no es el único que desafía los límites de la edad y la permanencia en el poder. En Uganda, Yoweri Museveni, de 80 años, se dispone a presentarse a su sexta reelección en enero de 2026, mientras que en Costa de Marfil Alassane Ouattara, de 83 años, ha confirmado que aspirará a un cuarto mandato, tras haber eliminado el límite constitucional que le impedía volver a postularse.
El fenómeno de los presidentes vitalicios en África
El caso de Biya ilustra la estrategia de muchos dirigentes que, a pesar de la avanzada edad, siguen manteniendo el control absoluto del Estado. El presidente camerunés pasa la mayor parte del tiempo en su residencia de Mvomeka’a, a 150 km de la capital, y aparece en público de manera esporádica, generalmente por motivos de salud que le obligan a viajar a Europa. En 2023 se difundieron rumores de su supuesta muerte, los que rápidamente disipó al presentar su nueva candidatura.
El entorno cercano a Biya, que incluye a Samuel Mvondo (director del gabinete), Jean Nkuete (coordinador del partido gobernante) y Ferdinand Ngoh (secretario de la Presidencia), ha cobrado una presencia aún mayor la figura de Chantal Biya, segunda esposa del presidente, quien ejerce una notable influencia sobre él y ha ganado protagonismo en la campaña electoral.
La reelección de Biya está prevista para el 12 de octubre, con la exclusión del líder opositor Maurice Kamto por decisión judicial. Sin embargo, el panorama político se está fragmentando: dos antiguos ministros del norte del país, Issa Tchiroma Bakary y Bello Bouba Maïgari, han anunciado su candidatura, al igual que otro miembro del partido de gobierno, lo que evidencia las primeras grietas en el monolítico poder de Biya.
“La nueva candidatura de Paul Biya no hace sino incrementar la posibilidad de una sucesión anticonstitucional al final de su mandato”, advierte Gilles Yabi, director del Centro de Estudios Wathi.
En Uganda, Museveni, que tomó el poder en 1986 tras derrocar a Idi Amin, Milton Obote y Tito Okello, ha repetido una fórmula similar: ganar elecciones mediante la movilización de la maquinaria del Estado y la neutralización de la oposición. Tras presentar su candidatura, el cantante y líder opositor Bobi Wine fue detenido bajo pretexto de violar normas sanitarias por la Covid‑19, lo que le impidió hacer campaña. Días antes de los comicios, el gobierno suspendió el acceso a Internet tras protestas que dejaron decenas de muertos.
“No es una cuestión de cultura política africana, sino de la falta de democracia en todo el mundo. Se trata de dirigentes que se creen por encima de la ley”, señala el historiador y especialista en relaciones internacionales Dagauh Komenan, de Costa de Marfil.
Alassane Ouattara, presidente de Costa de Marfil desde 2010, también ha buscado prolongar su mandato. En 2020 impulsó una reforma constitucional que restableció el contador a cero, permitiéndole postularse a un cuarto mandato en las elecciones del 25 de octubre. En su mensaje a la nación afirmó que su candidatura responde a “desafíos económicos y de seguridad sin precedentes que requieren experiencia”.
El fenómeno de los líderes que prolongan indefinidamente su permanencia en el poder se extiende también a la esfera militar. En los últimos cinco años, países como Guinea‑Conakry, Malí, Burkina Faso y Níger han visto a sus gobernantes militares mantenerse en el cargo más allá del periodo de transición prometido, a menudo anunciando que serán ellos mismos los candidatos en futuras elecciones.
En conjunto, estos casos ponen de relieve un patrón común en varios Estados africanos: la celebración de elecciones formales para legitimar regímenes autoritarios, mientras se restringe la competencia real mediante la represión, el encarcelamiento o la cooptación de potenciales rivales. El control de los medios públicos y la distribución de recursos a cambio de votos consolidan la hegemonía de los incumbentes, convirtiendo las urnas en escenarios de triunfo predecible.
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