Lo prometido es deuda: la educación no puede seguir esperando
En el campo de refugios de Kakuma, al norte de Kenia, Pauline Nyokabi imparte clases de biología y química a más de 100 estudiantes en un aula sin electricidad, sin wifi y sin biblioteca. A pesar de esas carencias, allí se enseña, se aprende y se resiste. “Mis estudiantes me dan fuerza. Son resilientes y luchan por su educación, y yo soy un modelo para ellos. No puedo fallarles”, afirma Nyokabi, quien lleva años sosteniendo con sus propias manos el derecho a aprender en uno de los contextos más olvidados del planeta.
El desafío de la educación en el Sur Global
A cinco años del vencimiento del plazo de la Agenda 2030, el derecho a una educación inclusiva, equitativa y de calidad sigue lejos de garantizarse. El compromiso internacional se ha quedado, en muchos casos, en papel mojado. Si no se revierten las tendencias, 84 millones de niños y niñas podrían seguir sin acceder a una escuela dentro de cinco años.
Hace una década la comunidad internacional prometió dignidad a través de la Agenda 2030, pero lejos de cumplir esos compromisos, el plan se ha convertido en una lista de promesas incumplidas. António Guterres, Secretario General de Naciones Unidas, anunció recientemente que solo el 35 % de las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) avanza hacia su cumplimiento dentro del plazo previsto. Ese porcentaje alarmante refleja las dificultades y la falta de voluntad política y financiera en la gran mayoría de los países, particularmente en el ODS 4, dedicado al derecho a la educación.
Desde la ONG Entreculturas, con motivo del regreso a las aulas, se puso el foco en las sillas vacías de escuelas, colegios e institutos de todo el mundo y se investigaron las causas de la exclusión educativa. Las conclusiones son contundentes: 272 millones de niños y niñas están fuera del sistema educativo, alimentados por cuatro factores estructurales.
- Deuda externa: en los países de bajos ingresos, el servicio de la deuda casi triplica el gasto destinado a la educación.
- Estancamiento de la ayuda oficial al desarrollo: los recursos internacionales para la educación han dejado de crecer.
- Políticas de austeridad: impuestas por organismos internacionales, limitan la contratación y los salarios del profesorado.
- Polarización social: la solidaridad y la educación se cuestionan, pasando de ser vistas como inversión a considerarse un gasto prescindible.
Sin embargo, lo verdaderamente urgente no son los números, sino las personas. En Chile, Saturnino Tsayem, Director Nacional de la red educativa Fe y Alegría, denuncia que la educación preescolar sigue siendo un privilegio inaccesible para la infancia rural. En Honduras, Belkis Yamileth, coordinadora general del Centro Nazaret de Fe y Alegría en Urraco, subraya que los currículos técnicos a menudo carecen de respaldo gubernamental: “La formación técnica en el país es un gran reto; está llena de desafíos y no cuenta con el apoyo político necesario”.
Testimonios como los de Saturnino y Yamileth ponen rostro a una dura realidad: ninguna de las metas educativas de la Agenda 2030 se cumplirá plenamente si no se actúa ya y con decisión. La pandemia agravó la situación, cerró aulas, interrumpió procesos de aprendizaje, profundizó la brecha digital y empujó a miles de estudiantes, especialmente niñas, fuera del sistema educativo.
Cuando se habla de resiliencia, la comunidad internacional a menudo olvida lo esencial: las comunidades educativas no necesitan héroes, necesitan condiciones dignas y justicia educativa. Sin conectividad, sin aulas adecuadas, sin equipamiento y sin docentes formados y reconocidos —se estima que se necesitarán 44 millones de profesores adicionales para 2030— no habrá milagros educativos.
A pesar de los retos, cada día surgen gestos de esperanza que interpelan a la comunidad internacional. Nyokabi mantiene la motivación de su clase en Kenia con recursos mínimos; Saturnino impulsa la construcción de escuelas preescolares en Chile; Yamileth acompaña a sus estudiantes en Guatemala mientras se forman en una profesión que les abrirá nuevas oportunidades.
Los discursos inspiradores no bastan. Hace falta voluntad política, inversión sostenida y coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Sin presupuestos, sin políticas públicas transformadoras, sin la participación activa de las comunidades y del profesorado, el derecho a la educación seguirá siendo una promesa incumplida para millones de personas.
A cinco años del plazo establecido para materializar esa promesa, no podemos resignarnos. El derecho a aprender está en riesgo, pero aún estamos a tiempo de actuar. Es imperativo exigir a la comunidad internacional y a los gobiernos que garanticen sistemas educativos públicos, inclusivos y de calidad, y que redoblen los esfuerzos para situar la educación en el centro de todas las agendas.
En este proceso, no podemos pasar por alto las desigualdades estructurales que atraviesan los sistemas educativos: género, pobreza, discapacidad, origen étnico o estatus migratorio siguen determinando quién accede a la escuela y quién queda fuera. La educación debe ser una herramienta de justicia, no un espejo que reproduzca las exclusiones del mundo.
Existe una deuda que no puede postergarse más: una deuda con quienes aprenden en aulas sin luz, con quienes caminan kilómetros para llegar a clase, con quienes enseñan desde la precariedad pero con la convicción intacta, y con la infancia global que no puede seguir esperando.
Ramón Almansa es Director Ejecutivo de Entreculturas.
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