La Brigada de la hormiga: de cabeza a los peores incendios de Galicia

El martes 12 de agosto, tras nueve días consecutivos de ola de calor y varios incendios descontrolados en los montes de León y Ourense, los miembros de la 1ª Brigada de Bomberos Forestales de Laza (Ourense), adscrita al Ministerio para la Transición Ecológica, recibieron una orden urgente: trasladar a unos 150 niños y a sus monitores, que se encontraban en un campamento de verano, a la estación de esquí de Manzaneda, en el Macizo Central.

Una noche bajo la amenaza del incendio de Chandresa de Queixa

El incendio de Chandresa de Queixa, que a esas horas se encontraba fuera de control, enviaba una lengua de fuego tan rápida y violenta que desplazarse en autobús resultaba más peligroso que permanecer dentro de las instalaciones del centro de esquí. La brigada, cuyo emblema es una hormiga, acudió al lugar junto a unidades de la UME y otros dispositivos de emergencia de la Xunta, con el objetivo de proteger a los menores a toda costa.

“Llegamos cuando las carreteras y los caminos ya estaban a punto de cerrarse por el fuego”, recuerda Cristóbal Medeiros, bombero forestal con más de veinte años de experiencia y miembro de la brigada. Los efectivos se posicionaron alrededor de los edificios, despejaron los alrededores, talaron árboles y arbustos que amenazaban la zona y desplegaron mangueras, formando una línea de defensa similar a un batallón atrincherado.

El incendio, catalogado por algunos expertos como de “imposible extinción”, lanzaba chispas, ramas incandescentes, humo y oleadas de calor desde varios metros de altura. Superó los flancos de la estación sin dañarla, pero quemó el terreno circundante y continuó su avance imparable a través del monte. Medeiros admite que, de no haber tenido que proteger a los niños, tal vez habrían logrado contener el fuego, “pero lo primero era lo primero”.

Las Brigas de Refuerzo de Incendios Forestales (BRIF) son considerados cuerpos de élite dentro del cuerpo de bomberos. Sus integrantes perciben entre 1.250 euros mensuales en invierno y 1.500 en verano, con 16 pagas, y están contratados todo el año. Gracias a su formación y entrenamiento, pueden desplazar en helicóptero a lugares estratégicos e inaccesibles a pie o en vehículo, aunque ello implique un riesgo elevado, pues a menudo actúan solos en los puntos más críticos.

La base de Laza, situada a 70 kilómetros al sureste de Ourense y a 20 de Verín, alberga tres brigadas, cada una compuesta por 19 hombres, todos con el distintivo de la hormiga en el uniforme. Este pequeño animal simboliza la capacidad de realizar una labor gigantesca mediante el trabajo en equipo.

La 1ª Brigada, liderada por Medeiros, ha participado en la mayor parte de los grandes incendios que ha vivido Galicia en los últimos días. Llevan quince días sin parar: han defendido poblaciones, se han retirado en varias ocasiones ante la fuerza del fuego, han intentado encauzar frentes de llamas para reducir su destructividad y, solo desde el miércoles, cuando las temperaturas empezaron a descender, comenzaron a controlar la catástrofe.

El personal, que trabaja seis días y descansa tres, ha tenido que acudir a sus propios pueblos, muchos de ellos también afectados, para ayudar a los vecinos a proteger casas, calles y huertas. La mayoría de los miembros se conoce desde hace años; en la curilla de Medeiros están su hermano Esteban y varios compañeros de colegio. Para ellos, la labor es vocacional.

David Ruiz, de 31 años, lleva más de una década combatiendo incendios y conserva una fotografía de su infancia, cuando a los nueve años intentó apagar un fuego en su casa con una pala. Desde entonces supo que quería ser bombero. Jonatan Coello, el más joven del equipo con 25 años, y Marcos Ruido, de 29, que vive en Xinzo de Limia a 30 kilómetros de Laza, comparten el mismo compromiso. Ruido relata que una pieza de la mascarilla se le desplazó durante una intervención, dejándole una ligera quemadura en la nariz; otros compañeros presentan pequeñas marcas en las manos, pero ninguno ha sufrido lesiones graves.

El jefe de la brigada, que prefiere permanecer anónimo, insiste en que la prioridad es que nadie resulte gravemente herido y que todos regresen a la base al final de la jornada, aunque esta se extienda hasta las cinco de la madrugada. “Cuando 18 personas dependen de ti, piensas dos veces antes de enviarlas a zonas de gran riesgo”.

Según los propios bomberos, los incendios de estos días son inusuales. “Son fuegos que parecen tener inteligencia; crean su propio viento y cambian de dirección de forma brusca, superando barreras naturales como carreteras o ríos”, comenta Ruido, recordando la acción en la localidad de Retorta, en el incendio de Ombría. Allí, la brigada, junto a voluntarios, curillas de la Xunta y miembros de la UME, intentó detener el avance de una frente de llamas que descendía a gran velocidad por la ladera del valle.

En circunstancias normales, el fuego sube rápido y baja más despacio, pero en Retorta el incendio descendía con la misma velocidad. Los bomberos lograron frenar el avance a pocos metros de las primeras viviendas, aunque una piña encendida se proyectó sobre el río y cayó en un pinar, generando un nuevo foco que se convirtió rápidamente en “un volcán”. “Nunca había visto algo así”, afirma Medeiros.

El panorama que quedó fue de un pueblo rodeado de montañas carbonizadas, con troncos ennegrecidos que recordaban más a la superficie de Marte que a la Galicia conocida. Rubén Orgueira, de 36 años, jefe de curilla, advierte: “Esto es solo el principio. Los incendios que hemos visto este año son una advertencia del futuro; vendrán más”. En 2015, Medeiros ya había predecido que “veremos pueblos arder”.

Las causas de esta catástrofe son claras: una primavera extremadamente lluviosa propició un crecimiento exuberante de la vegetación, que luego fue transformada en combustible seco por un verano de sequía y récord de temperaturas, culminando en una ola de calor de quince días. La pregunta de si debería haber una limpieza más exhaustiva del monte genera consenso entre los bomberos: “No se puede desbrozar todo Ourense”, señala Ruido, añadiendo que el problema es estructural y requiere una planificación a largo plazo.

En sus propias palabras, Medeiros explica que su familia proviene de una pequeña aldea de 60 familias donde el cultivo y el ganado coexistían con el monte, que estaba alejado de las viviendas. Hoy vive en Verín, una población de 13.000 habitantes, y reconoce que la despoblación rural y el abandono de esas aldeas dejan el monte sin una gestión adecuada, aumentando el riesgo de incendios.

El miércoles, la 1ª Brigada recibió una nueva orden: atacar la cabeza del incendio de A Mezquita, cerca de la localidad de Pentes, para evitar que cruzara la carretera comarcal. Con la ayuda de varias avionetas que descargaron miles de litros de agua y una excavadora que abrió un cortafuego lateral, la brigada logró contener el fuego en pocas horas. El jefe de la brigada subraya que la caída de la temperatura nocturna había hidratado la vegetación, una condición clave para el éxito; de no haberla, el fuego podría haber cruzado la carretera y llegado a la frontera portuguesa, a unos diez kilómetros.

Al retirar el casco y mirar al cielo, el jefe comenta que “tendrá que llover para que estemos realmente tranquilos”. Cuando los bomberos se retiraron, tres vecinos de Pentes se acercaron a un agente forestal para preguntar si su pueblo estaba a salvo; la respuesta les tranquilizó.

El viernes, en Retorta, un vecino mostró la parte trasera de su casa y señaló el lugar donde, días antes, la brigada había combatido el fuego a escasos metros de sus paredes. De pronto, un rescoldo avivado por el viento encendió un árbol cercano; varios vecinos, con la ayuda de una manguera, apagaron rápidamente el fuego. “Las raíces aún arden; por eso sigue habiendo chispas”, explican, recordando que la vigilancia será constante hasta que haya precipitaciones.

Las previsiones meteorológicas anunciaban lluvia para el domingo en la zona de Ourense, pero la precipitación se pospuso hasta el miércoles o jueves de la próxima semana. Esa será la primera oportunidad para que los habitantes de Retorta y de toda la comarca de Ourense respiren tranquilos después de más de veinte días de emergencia. En ese momento, los miembros de la 1ª Brigada de la Hormiga podrán celebrar con una cena el fin del “infierno” de este año y prepararse para los desafíos que traiga el siguiente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Subir