Ah, ¿pero tú eres gitano?: una de cada tres personas en España siente poca o ninguna simpatía hacia este colectivo

Ángel Pérez, estudiante de segundo curso de Derecho en la UNED y miembro de la comunidad gitana, suele escuchar la pregunta «¿pero tú eres gitano?». Ese «pero» revela, según él, el desconocimiento que prevalece en la mayor parte de la sociedad española sobre la historia y la cultura de su pueblo.

La encuesta de la Fundación Secretario Gitano revela brechas de conocimiento y persistentes estereotipos

El pasado martes se presentó el informe «La mirada social sobre el pueblo gitano en España», elaborado por la Fundación Secretario Gitano (FSG) en colaboración con la consultora 40dB a partir de una encuesta a 1 000 personas de todo el territorio nacional. Los resultados ponen de manifiesto que siete de cada diez encuestados afirman saber poco o nada sobre la historia y la cultura gitana, y una de cada tres declara sentir poca o ninguna simpatía hacia las personas gitanas.

En algunos aspectos la percepción coincide con la realidad: el 84 % reconoce que los gitanos son españoles. Sin embargo, en otros ámbitos persisten ideas estereotipadas. Según Ana Segovia, periodista y directora del departamento de incidencia social de la FSG, la mayoría de la población ignora la persecución histórica que ha sufrido el pueblo gitano y no valora sus aportaciones a la construcción del país.

El estudio muestra que la antipatía hacia los gitanos no está vinculada a ideologías políticas. El porcentaje de personas que manifiestan poca o ninguna simpatía es similar entre quienes se identifican con la izquierda y con la derecha, lo que indica que el antigitanismo es transversal a toda la sociedad mayoritaria.

En el día a día, la discriminación se hace evidente. Segovia relata que, al hacer la compra, el dependiente la sigue con la mirada como si estuviera cometiendo un delito por ser gitana. Asimismo, el 10,4 % de los encuestados se siente bastante o muy incómodo trabajando con compañeros gitanos, el 24 % con vecinos gitanos y el 29,2 % si su hijo o hija tuviera una pareja gitana.

Aunque el 64 % reconoce que la población gitana sufre discriminación, la simpatía hacia este colectivo se sitúa entre los niveles más bajos de todos los grupos analizados, solo superado por la población musulmana.

Las percepciones erróneas se extienden al ámbito socioeconómico. Siete de cada diez personas creen que los gitanos reciben prestaciones sociales, cuando en realidad solo dos de cada diez perciben el Ingreso Mínimo Vital. Un 40,5 % considera que la mayoría de los gitanos no trabaja, pese a que la tasa de actividad es comparable a la de la población general según datos de 2018.

En el acceso a la vivienda, la disparidad entre percepción y realidad es también notable. Siete de cada diez encuestados piensan que los gitanos no enfrentan discriminación al alquilar una vivienda, pero el 75 % de los gitanos encuestados afirma haberla experimentado. Segovia recuerda su propia experiencia: pese a contar con nómina y solvencia, sus apellidos y su aspecto generaron desconfianza y le impidieron alquilar un piso.

Una cuarta parte de los encuestados cree que la mayoría de los gitanos vive en chabolas, cuando la cifra real es del 2,7 % (cerca de 18 000 personas) según el Estudio‑Mapa sobre Vivienda y Población Gitana de 2016. No obstante, el 86 % de la población gitana se encuentra en riesgo de pobreza o exclusión social, aunque solo el 40,2 % de los encuestados percibe que la mayoría es pobre.

En el terreno educativo, la brecha entre percepción y datos es igualmente marcada. Aunque la mayoría de los encuestados cree que los niños gitanos no están escolarizados en la educación obligatoria, la tasa de escolarización es prácticamente total. El problema aparece en la Educación Secundaria Obligatoria (ESO): el 63 % de los gitanos no completa esta etapa, una cifra que coincide con la percepción de tres de cada cuatro encuestados.

Cuatro de cada diez encuestados atribuyen el bajo nivel educativo a la falta de prioridad de las familias gitanas, mientras que una cuarta parte señala deficiencias del propio sistema educativo para compensar las desigualdades de origen.

Ángel Pérez identifica múltiples causas del abandono escolar: la influencia familiar, el desconocimiento y rechazo entre compañeros y las bajas expectativas de algunos docentes, que a menudo anticipan el fracaso del alumno gitano. Tanto él como Segovia denuncian la existencia de aulas y centros segregados, donde los estudiantes gitanos se agrupan y se perpetúa la exclusión.

Segovia también reclama la inclusión de la historia y la cultura gitana en el currículo escolar, tanto para que los alumnos gitanos se sientan parte de la historia como para que los no gitanos comprendan la diversidad y desmonten prejuicios.

Para Pérez, la falta de referentes es un obstáculo importante. Después de terminar el Bachillerato y un ciclo de grado superior en Integración Social, trabajó como coordinador de voluntarios en la FSG y ha experimentado cómo, en los niveles superiores, los estudiantes gitanos a menudo se convierten en “elementos exóticos”. Aun así, destaca el valor de la convivencia: “Tener compañeros gitanos ayuda a desmontar estereotipos y a limpiar prejuicios”.

Al igual que Pérez, Segovia también escucha con frecuencia comentarios como «Guau, pero no pareces gitana», a los que responde que, aunque parezca un piropo, en realidad constituye una ofensa basada en una visión única y estereotipada de lo que significa ser gitano.

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