Pensar en un PSOE sin Pedro Sánchez

Desde la transición democrática, el PSOE y el PP han sido los pilares del sistema político español, alternándose en el poder y garantizando una estabilidad que ha permitido el desarrollo económico y la consolidación de una democracia comparable a la de cualquier país occidental. Aunque ambos partidos comparten este protagonismo, el PSOE ha ejercido una influencia mayor, pues ha gobernado 28 de los 48 años de la etapa democrática y ha impulsado gran parte de la legislación que ha transformado al país. Además, sigue siendo la única formación capaz de generar un cambio profundo en el sistema.

Durante la transición, el PSOE ha mantenido su postura republicana y ha evitado abrir un debate serio sobre la forma del Estado, incluso cuando surgieron los primeros indicios de la crisis que rodeó a Juan Carlos I. Mientras el compromiso del partido con la Corona se mantenga firme, los pronósticos que anuncian un colapso institucional no justifican que se sitúe al PSOE fuera del sistema democrático.
Los retos de los tres gobiernos socialistas
El primer mandato de Felipe González quedó empañado por casos de corrupción; el segundo, bajo José Luis Zapatero, sufrió la Gran Recesión; y el actual, liderado por Pedro Sánchez, atraviesa una fase crítica marcada por escándalos que han puesto en entredicho dos pilares de su discurso: la lucha contra la corrupción y el feminismo. Los casos de Ábalos, Cerdán y Salazar, que ocuparon cargos de relevancia tanto en el PSOE como en el Gobierno, reflejan una responsabilidad política que recae directamente sobre el presidente.
Sánchez ha reiterado su intención de agotar la legislatura y permanecer en el cargo hasta 2027. Esta postura responde, entre otras razones, al hecho de que la facultad de disolver las Cortes y convocar elecciones corresponde exclusivamente al presidente del Gobierno, lo que convierte la decisión en una herramienta estratégica clave. En 2023, tras los malos resultados del PSOE en elecciones municipales y autonómicas, Sánchez optó por convocar elecciones generales, una jugada arriesgada que le permitió mantenerse en el poder, aunque con una mayoría precaria y a costa de la coherencia programática.
El entorno de Sánchez en La Moncloa parece convencido de que el ciclo político actual aún tiene margen de desarrollo. Si este convencimiento no se corresponde con la realidad, existiría una desconexión entre la percepción de la dirección del partido y la degradación de la ética pública que percibe la ciudadanía. La falta de una mayoría estable, los escándalos de corrupción y los problemas de igualdad de género hacen evidente la fragilidad del Ejecutivo.
En caso de que el líder del PP, Alberto Feijóo, enfrentara la detención de dos colaboradores cercanos y la investigación de un tercer acusado de acoso, el PSOE tendría que plantearse qué exigencias presentaría en un contexto similar. La comparación subraya la presión que recae sobre Sánchez y su gobierno.
El horizonte político del presidente se perfila como una disyuntiva: acortar la legislatura con la esperanza de que los escándalos disminuyan podría beneficiarle a él, pero perjudicaría al PSOE, cuyos candidatos a nivel autonómico y municipal podrían sufrir derrotas que erosionen aún más el ya reducido poder territorial del partido. Por el contrario, una convocatoria anticipada de elecciones con un mensaje centrado en el temor al PP y a Vox podría aliviar la presión sobre los candidatos socialistas al separar sus campañas de la polémica nacional.
Esta divergencia entre los intereses de Sánchez y los del conjunto del partido se manifiesta de forma latente, pero eventualmente desencadenará un debate interno que ya se ha gestado desde la reflexión que el líder socialista realizó en abril de 2024, tras la apertura de la investigación judicial contra su esposa. La posibilidad de un PSOE sin Sánchez genera incertidumbre, especialmente a la luz de los precedentes, como la amarga confrontación entre Sánchez y Susana Díaz que provocó una fracción interna y un conflicto de poder dentro del partido.
Las primarias que otorgaron a Sánchez una legitimidad indiscutible consolidaron su control sobre la estructura del PSOE. Los cambios estatutarios impulsados bajo su liderazgo han centralizado la toma de decisiones, reduciendo la influencia de órganos como el Comité Federal y relegando a un segundo plano a las corrientes críticas y a los barones regionales, que antes servían como contrapesos internos.
Aunque el debate sucesorio no se abrirá de inmediato, muchos miembros del partido son conscientes de que el peso histórico del PSOE en la política española exige una transición planificada. Los recientes escándalos han dejado a la militancia en estado de shock, y no es realista que el partido, salvo por una minoría de voces internas, pretenda seguir operando como si nada hubiera cambiado.

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