EE.UU. desata una nueva era de invasiones en América Latina

Durante décadas, América Latina fue considerada por Estados Unidos como su “patio trasero”. Ahora la administración de Donald Trump ha declarado a la región su “jardín delantero”. La nueva Estrategia de Seguridad Nacional, publicada el viernes, sitúa al continente americano como el principal foco geopolítico de Washington, relegando a Europa y Oriente Próximo.

Dos siglos después de la proclamación de la Doctrina Monroe, la política de intervención de EE. UU. vuelve a cobrar protagonismo, pero con un sello claramente trumpista. La campaña militar en torno a Venezuela es una de sus manifestaciones más evidentes, al igual que la presión –incluida la injerencia electoral– a favor de gobiernos afines en una región más polarizada que nunca.
“Doctrina Donroe”: el nuevo corolario de la Monroe
Lo que la Casa Blanca ha bautizado como “el corolario Trump a la Doctrina Monroe” ya recibe el apodo coloquial de “doctrina Donroe” (por la D de Donald). En esta visión, América Latina es percibida como la fuente de los problemas más graves de EE. UU. y, por tanto, un objetivo de cooperación para lograr tres metas principales: reducir drásticamente la migración, “neutralizar” a los cárteles de droga y la delincuencia transnacional, y frenar la expansión de inversiones chinas en la región.
Washington está dispuesto a ofrecer incentivos económicos a los gobiernos que colaboren, pero también advierte que el despliegue naval en el Caribe, frente a la costa venezolana, permanecerá por un período prolongado.
“Queremos garantizar que el Hemisferio Occidental permanezca lo suficientemente bien gobernado y razonablemente estable para impedir y desalentar la migración masiva hacia EE. UU.; queremos un hemisferio donde los gobiernos cooperen contra narcoterroristas, cárteles y otras organizaciones criminales transnacionales; deseamos un hemisferio libre de incursiones hostiles extranjeras y de la posesión foránea de activos estratégicos; y queremos asegurar nuestro acceso continuo a ubicaciones clave”, afirma la Estrategia de Seguridad.
El objetivo prioritario es Venezuela. El régimen de Nicolás Maduro concentra los intereses estadounidenses: abundantes recursos naturales, incluido el petróleo; alta criminalidad transnacional; emigración masiva; relaciones estrechas con China y Rusia; y una legitimidad cuestionada tras las acusaciones de fraude electoral en julio de 2024.
Ante el despliegue naval, las tensiones alcanzan su punto máximo. Trump ha reiterado que “muy pronto” la campaña militar, hasta ahora centrada en ataques a supuestas “narcolanchas” que ya han causado 87 muertos y hundido 22 embarcaciones, podría avanzar a una nueva fase de operaciones en territorio venezolano.
El contenido de la nueva Estrategia no sorprende. Desde su regreso a la Casa Blanca, la retórica de Trump y su equipo ha sido acusada de neoimperialismo y comparada con la Doctrina Monroe de 1823, que justificó la hegemonía estadounidense en la región y sus episodios más controvertidos, desde el apoyo a golpes de Estado (como el de Augusto Pinochet en Chile) hasta intervenciones militares recientes, como la de Panamá hace tres décadas.
En enero, el presidente estadounidense amenazó con “reclamar” Groenlandia y recuperar por la fuerza el control del Canal de Panamá. Desde entonces, bajo la dirección del anticomunista senador Marco Rubio en política exterior, la atención de la administración hacia América Latina ha sido cada vez más visible.
“Todo lo que hemos visto en los últimos meses apunta a una versión 2.0 de la diplomacia de las cañoneras. La administración de Trump no concibe el poder blando; cree que el único poder válido es la fuerza, obligando a los países a alinearse con su bando”, opina John Walsh, director para los Andes y la política antidrogas en la ONG Oficina de Washington para las Américas (WOLA).
El documento también codifica una política de “recompensas” para los gobiernos afines y reconoce la necesidad de colaborar con regímenes de “orientación distinta” siempre que cooperen en intereses comunes. Para los recalcitrantes, como Venezuela, se advierte la posibilidad de “despliegues selectivos” de fuerza militar que podrán emplear la fuerza letal cuando sea necesario.
Trump ha mantenido contactos directos con varios líderes latinoamericanos: se reunió en el Despacho Oval con Nayib Bukele de El Salvador; otorgó a Argentina un paquete de 20 000 millones de dólares bajo el gobierno de Javier Milei y redujo aranceles a ese país y a Ecuador bajo el presidente Daniel Noboa; elogió al nuevo presidente de derecha en Bolivia, Rodrigo Paz; y condicionó ayuda a Argentina al triunfo de Milei en los comicios de octubre.
En Honduras, la administración respaldó al candidato de derecha Nasry Asfura y concedió el indulto al expresidente Juan Orlando Hernández, condenado en EE. UU. por narcotráfico, contradiciendo sus declaraciones de que la presión a Venezuela se fundamenta en la lucha contra la droga.
Trump también ha atacado a Gustavo Petro, presidente de Colombia, tildándolo de “matón” y “narcotraficante”, y presionó a Luiz Inácio Lula da Silva con aranceles contra Brasil, aunque después retrocedió ante el alza de los precios de los alimentos en EE. UU.
“Estos son los vasallos que Washington está buscando”, comenta el exministro y antiguo embajador de Chile, Jorge Heine. “La Estrategia de Seguridad Nacional deja claro que EE. UU. tratará con los países que comparten su ideología y no con los demás. Es una postura muy cruda”. Heine, académico de la Universidad de Boston, señala que Chile está en el punto de mira: el 14 de diciembre se celebrará la segunda vuelta electoral donde el ultraconservador José Antonio Kast lidera frente a la progresista Jeanine Jara, un resultado que podría inclinar la balanza ideológica regional.
El documento también menciona que los países latinoamericanos “especialmente aquellos que dependen más de nosotros, y sobre los que, por tanto, tengamos mayor capacidad de presión”, podrán adjudicar contratos a compañías estadounidenses sin necesidad de licitación pública. Asimismo, Washington se compromete a “hacer todo lo posible para expulsar a las empresas extranjeras que construyen infraestructura en la región”, aludiendo a los proyectos chinos como el puerto de Chancay en Perú y el sistema de metro en Bogotá.
Heine recuerda que, en el pasado, empresas estadounidenses abandonaron proyectos similares al considerarlos poco rentables. “¿Qué deben hacer entonces los países latinoamericanos? ¿Decir que no a lo que no gusta en Washington y resignarse al subdesarrollo?”, se pregunta. “EE. UU. llega demasiado tarde; ya no hay marcha atrás para la presencia de China en América Latina”.
La primera prueba de fuego para la nueva estrategia será Venezuela. Trump enfrenta un dilema: una acción militar contundente podría enfurecer a su base electoral, el movimiento MAGA, que se opone a guerras innecesarias; sin embargo, una respuesta simbólica podría dejar al régimen de Maduro más fuerte.
“En su escenario ideal, Trump lograría algún tipo de acuerdo con Maduro que permita a EE. UU. presumir de una victoria”, señala Walsh. La caída del chavismo le otorgaría valiosos puntos políticos internos, especialmente en estados como Florida. “Existe la idea, promovida por Rubio, de que un cambio en Venezuela podría generar un efecto dominó en otros regímenes autoritarios de izquierda: Nicaragua, y la joya de la corona para Rubio, Cuba”.
No obstante, una intervención militar conlleva riesgos. El precedente de Irak muestra que los cambios de régimen suelen ser sangrientos, complejos y, para Trump, extremadamente costosos. Además, una acción de este tipo podría hacer que otros países de la región reconsideren su soberanía y se resistan a cualquier intento de control externo, recordando la larga historia de intervenciones estadounidenses que a menudo terminaron mal.

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