Hotel du Lac: tomar el té, hacer compras y ver el tiempo cambiar en Suiza

Suiza atrae a los viajeros por innumerables motivos, desde sus estaciones de esquí y el famoso raclette hasta la polémica del suicidio asistido y el tradicional secreto bancario. Sin embargo, la razón que lleva a la protagonista de *Hotel du Lac* a este país es una de las más habituales: el escándalo.

Edith Hope, exitosa autora de novelas románticas que ella misma califica como “novelas de mujeres”, guarda un secreto que la narradora, Anita Brookner, no revelará hasta la segunda mitad del libro. Mientras tanto, Hope pasa sus días tomando el té en el hotel, paseando junto al lago y observando a los demás huéspedes: la intrépida señora Pusey y su hija Jennifer; Mónica, la dama del perrito; la señora de Bonneuil, que no puede vivir en su casa por culpa de su nuera; y el práctico señor Neville. Entre compras en el pueblo más cercano, cartas a su amante y una obsesiva atención a los cambios de temperatura, la trama avanza entre pequeñas dosis de felicidad y desdicha, tal como ocurre en la mayoría de las novelas.

Una novela que rememora la literatura británica de entreguerras

Anita Brookner nació en Londres en 1928, pero su estilo parece pertenecer a una época anterior. Su prosa se apoya en los lugares comunes de la novela popular británica de los años veinte y treinta: la curiosidad “fatídica”, las carreteras “transitadas”, los encuentros “solícitos”, la penumbra “difusa” y los sentimientos que se “ruborizan”. Estos recursos pueden interpretarse como una ironía deliberada o como una fiel reproducción del pensamiento de Edith, cuya obra está impregnada de clichés románticos.

Los lectores deberán decidir si *Hotel du Lac* es simplemente una novela ligera que ha sobrevivido por el encanto de sus dioramas y los “huevos de Fabergé” culturales, o si, tras sus extensas descripciones atmosféricas y sus debates sobre virtud, posición social, reserva y discreción, es una obra con mayor profundidad psicológica. Los diálogos, a veces implausibles, y los exámenes de conciencia que plantea la protagonista refuerzan esta dualidad.

El reconocimiento más destacado llegó en 1984, cuando la novela recibió el Premio Booker. Ese mismo año, el mismo galardón también consideró obras como *El mundo es un pañuelo* de David Lodge, *El loro de Flaubert* de Julian Barnes, *El imperio del sol* de J. G. Ballard, *Dinero* de Martin Amis y *El único problema* de Muriel Spark, aunque estas últimas no fueron incluidas en la lista final del premio.

La crítica elogió la capacidad de Brookner para interpretar el carácter de sus personajes, sus motivaciones y sus frustraciones. Términos como “compasiva”, “reflexiva”, “inteligente”, “generosa”, “honesta” y “sabia” describen la recepción del libro. Brookner se percibe a sí misma como una mezcla de Colette y Henry James, y sus esfuerzos por profundizar en la psicología de personajes que, en apariencia, son planos, resultan desconcertantes pero efectivos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Subir