Un manifiesto por la oscuridad
Los escarabajos peloteros orientan su movimiento nocturno siguiendo la Vía Láctea. Tras formar una bola de estiércol, el insecto se sube a ella, da vueltas para alinearse con la bóveda celeste y, una vez identificados los puntos luminosos esenciales, empuja la bola hacia su nido, donde será su alimento.

Los murciélagos abandonan sus refugios al final del crepúsculo; aunque no son ciegos, localizan a sus presas mediante la ecolocalización, un proceso similar al de las ballenas. Un solo individuo puede consumir alrededor de tres mil mosquitos en una noche y, en el caso de las especies no estrictamente carnívoras, actúa como polinizador, desempeñando un papel comparable al de abejas, polillas y mariposas nocturnas que visitan flores que sólo se abren después del anochecer.
Las arañas cangrejo gigantes perciben el cielo nocturno completo gracias a sus ocho ojos, lo que les permite una visión integral del entorno.
Un mismo gen regula la adaptación de todos los organismos al ciclo día‑noche, desde diminutos crustáceos marinos hasta las gigantescas ballenas, pasando por hongos bioluminiscentes y el ser humano, cuya producción de melatonina se ve alterada por la exposición a la luz azul de las pantallas antes de dormir.
La creciente amenaza de la contaminación lumínica
Si bien la contaminación química de los combustibles fósiles es ampliamente reconocida, la contaminación acústica y, sobre todo, la lumínica, reciben mucho menos atención. La luz artificial invasiva produce efectos tan dañinos como los de la contaminación química y sonora, alterando los ritmos biológicos de una amplia diversidad de especies.
Los humanos, al ser predominantemente diurnos, evolucionaron con un temor innato a la oscuridad, una adaptación que les protegía de depredadores nocturnos como los felinos. Sin embargo, la proliferación de luces artificiales ha revertido esta ventaja evolutiva, creando entornos nocturnos hostiles para la fauna.
El biólogo sueco Johan Eklöf, reconocido especialista en murciélagos, ha identificado en los dibujos de Goya a diversas especies de lechuzas y murciélagos. Su investigación se recoge en el libro The Darkness Manifesto, publicado en español por la editorial Rosamerón. La obra, de poco más de 200 páginas y estructurada en capítulos breves estilo cuento o poema, combina la descripción de los misterios de la vida nocturna con una denuncia contundente contra la expansión desmedida de la luz artificial.
Eklöf señala que la contaminación lumínica crece aproximadamente un 2 % anual. Este incremento provoca la reducción inmediata de poblaciones de murciélagos, como ocurrió cuando los campanarios de iglesias rurales en Suecia, habituales lugares de estudio, fueron iluminados con focos potentes. La disminución gradual de la luz al anochecer es la señal que indica a los murciélagos que es seguro salir a cazar; al intensificarse la iluminación, la “noche” nunca llega y los animales no se atreven a alimentarse, poniendo en riesgo la supervivencia de sus crías.
Otros grupos también se ven afectados:
- Las aves migratorias, que durante millones de años se guiaron de noche por el campo magnético terrestre y de día por la posición del sol, ahora sufren desorientación y colisiones con edificios iluminados.
- Los insectos polinizadores nocturnos pierden sus fuentes de alimento y, por ende, comprometen la reproducción de numerosas plantas.
- Los hongos bioluminiscentes y otros organismos que dependen de la oscuridad para sus ciclos vitales ven alterado su desarrollo.
En Madrid, la reciente polémica por la iluminación nocturna del tramo del río Manzanares, zona que ha experimentado una notable recuperación ecológica, ilustra el conflicto entre la estética urbana y la conservación de la vida nocturna. Vecinos y organizaciones ecologistas denuncian que la luz artificial altera los ritmos biológicos de aves, peces, insectos y microorganismos, pese a que el espectáculo se presenta bajo la etiqueta de “sostenible”.
Las capitales españolas compiten en gastos de iluminación navideña, creando una “orgía” lumínica que reúne a alcaldes de diferentes tendencias políticas. La iluminación de los árboles del Parque del Retiro, aunque atractiva para los turistas, representa una carga adicional para las especies nocturnas y para los propios árboles, sensibles a la falta de oscuridad.
Ante este panorama, resulta imprescindible reivindicar no solo el derecho humano a la penumbra, sino también el de los millones de organismos que dependen de la noche para vivir, reproducirse y mantener los equilibrios ecológicos del planeta.

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