El gat i les estrelles, de Jordi Lara: El Mad Max de lartista català

Jordi Lara vuelve a sorprender con su último libro, El gat i les estrelles, una obra que combina humor, erudición y una prosa que oscila entre la ligereza popular y la profundidad transcendente. El lector, ya familiarizado con títulos como Una màquina d’espavilar ocells de nit, Mística conilla o la peculiar Apología de Xirinacs, encontrará en esta nueva entrega la misma mezcla de emoción y diversión que ha caracterizado la narrativa del autor.

El aspecto físico del libro, sin embargo, puede resultar desconcertante: una cubierta con papel de alta calidad y las ilustraciones de Paula Bonet le confieren un aire de objeto de exposición, lo que lleva a algunos a sospechar de la pedantería que a veces acompaña a la alta cultura. A pesar de ello, el contenido demuestra que la “cáscara” no es más que una fachada que oculta una prosa entrañable y una aguda ironía.

Sinopsis y referencias literarias

La trama sigue a una melómana desesperada que emprende la búsqueda de un genio musical desaparecido, Santos Hdouche, descrito como una especie de Ignatius J. Reilly envejecido y obeso, exiliado en un remoto y desolado paraje abandonado por el Estado. En su viaje, la protagonista se encuentra con artistas que han abandonado sus impulsos creativos para dedicarse a la mera supervivencia, reduciendo sus preocupaciones a comer y pasar al día siguiente.

Al localizar a Hdouche, la protagonista lo interroga sobre su abandono de la música y su decisión de alejarse del talento que alguna vez poseyó. El genio, ahora convertido en un horticultor que cultiva tomates excelentes, responde con nihilismo y frases crípticas como “Tot cansa”. Esta interacción se enmarca en una narrativa que remite a autores como Cormac McCarthy y Pedrolo, incluye ecos del estilo de Mad Max de George Miller y evoca la atmósfera sombría de los videojuegos Death Stranding de Hideo Kojima.

El libro también aborda la precariedad del artista contemporáneo, especialmente en Cataluña, y reflexiona sobre la necesidad de los trabajadores culturales de cuestionar constantemente si el esfuerzo creativo merece la recompensa de una gloria efímera. El autor señala que, aunque tradicionalmente los artistas han sobrevivido sin mecenas, el periodo de bonanza a finales del siglo XX les ofreció la ilusión de ganarse la vida con su arte; esa época ha llegado a su fin, dejando a la cultura en un “desierto salvaje” y a Barcelona bajo los efectos del cambio climático.

El desenlace es memorable: Santos Hdouche, a bordo de una barca, rema hasta el techo del Palau de la Música Catalana, símbolo de la antigua esplendor artística nacional, y entrega su cuerpo agotado a la naturaleza, en un momento de extrema felicidad y descanso que el autor describe como una obra de arte definitiva.

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